La guerra -aseguraba Ryszard Kapuscinski– es una tragedia humana en la que nunca gana alguien. Todos pierden. Y cuánta razón ha tenido el periodista polaco, quien es reconocido como uno de los mejores reporteros de conflictos bélicos. Su preocupación siempre estuvo alrededor de las víctimas, de los afectados de ese enfrentamiento de dos (o más) bandos.
Obviamente, en el país estamos lejos de una confrontación armada y existen decenas de diferencias con una guerra; sin embargo, la sociedad ahora mismo afronta un choque de fuerzas políticas que golpea las bases de la institucionalidad.
El anuncio de la muerte cruzada, decretada por el presidente Guillermo Lasso, con el consecuente llamado a unas nuevas elecciones presidenciales, ha traído aún más enfrentamientos entre los grupos políticos. Hay ataques desde Carondelet hacia los legisladores cesados. Los exasambleístas y sus tiendas políticas replican con la misma fuerza. Otros actores se involucran con igual intensidad. Y no se ve un final cercano.
Las elecciones traerán más confrontaciones y posiblemente el debate de propuestas, pero el bien del país quedará en segundo o tercer plano. Perdemos todos, como aseguró Kapuscinski. Pero pierden más los ciudadanos que no están involucrados en este conflicto. Pierden aquellos que esperan que solo los dejen trabajar o que se creen más fuentes de trabajo. Pierden los que no pueden dormir tranquilos porque en las calles existe inseguridad y nadie ha hecho algo desde hace muchos años.
La sociedad, aunque suene a una generalización, dejó de creer en la clase política. Han ganado elecciones candidatos que alcanzaron bajos porcentajes. Ahora mismo, el Ejecutivo y el cesado Legislativo tienen bajos índices de aceptación.
Ecuador está empantanado en una crisis institucional. Los bandos, ahora enfrentados, crearán discursos salvadores para las víctimas de sus propias confrontaciones. Pero si ellos no se dan cuenta de que el país necesita paz, los ganadores serán los que verdaderamente tienen las armas para provocar caos.
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