El sábado se produjo una de las explosiones más fuertes y temibles de las que ha registrado el volcán Tungurahua desde que en 1999 inició su último proceso eruptivo con varios episodios críticos.
El Tungurahua, de cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar, ubicado a 150 kilómetros al sur de Quito, levantó el fin de semana una columna de humo de 13 km de alto. Ayer, 4 de febrero, las fumarolas se calcularon en tres kilómetros y expertos estiman que la actividad se mantendrá -con mayor o menor grado de intensidad- por al menos dos o tres semanas.
La última gran explosión causó estupor por la magnitud y la coloración oscura del humo que sale de la garganta ardiente, traducción literal del nombre del volcán en lengua vernácula. La evacuación de las zonas aledañas y la afectación de cultivos fueron consecuencia de los flujos de lava y piedras incandescentes.
Esta vez la ceniza llegó a Cuenca y Loja, en el sur, a varias poblaciones del Oriente, y una delgada capa de ceniza se esparció sobre Quito, especialmente en el sur de la ciudad capital, pero no representó riesgo ni emergencia ambiental según la entidad municipal que monitorea la calidad de aire. El hecho, empero, causó preocupación en los habitantes de varias provincias del país.
Una vez que ha pasado la alerta inicial, las tareas de las autoridades se centran en los albergues, la dotación de alimentos a los desplazados y la verificación de los servicios de emergencia operativa y monitoreo técnico. Hay que estar siempre preparados a escala nacional.