La ira contenida por largos meses de pandemia salió de repente como respuesta a un despiadado crimen policial.
Lo que marca el ritmo de los tiempos que corren es que los abusos de autoridad, que como en este caso llevan a la muerte, se registran.
Las redes sociales masificaron la noche del miércoles el modo en que un ciudadano fue detenido y sometido por una pareja de policías.
Con aplicadores de corriente eléctrica, las descargas fueron tantas, tan seguidas y tan fuertes que llevaron al presunto infractor a la muerte.
Lo insólito es que vecinos del lugar donde se produjo la detención y sometimiento pedían a gritos, hasta imploraban, que el uso abusivo de la fuerza policial cesara. El ciudadano muerto era abogado y taxista y su muerte desató una reacción violenta.
Manifestaciones, barricadas, y bloqueos se han multiplicado en Bogotá. Los datos sumaban hasta la tarde de ayer 400 heridos y más de una docena de fallecidos.
La reacción violenta se dirigió contra los uniformados, y los desmanes, como suele suceder, atentaron contra bienes públicos y privados.
La manipulación política de una masa que se lleva a una protesta violenta parece estar agazapaba en una demanda juvenil de hartazgo y agotamiento por la pandemia.
Bogotá es una capital con historia de violencia política y de otra naturaleza. Se trata de una ciudad con una enorme población que vive las crispaciones modernas y los efectos de la inesperada pandemia.
La brutalidad policial desatada debe ser condenada por la sociedad civilizada pero del mismo modo la irracional reacción. La condena del presidente Iván Duque a la violencia policial y a la reacción juvenil, fue seguida por otras autoridades.
Lo sucedido, más allá de la manipulación de líderes políticos inescrupulosos que quieren sembrar el caos, debe provocar hondas reflexiones.
La falta de trabajo, el encierro y la desesperación por la pandemia desatan emociones inconfesables, otros de los tantos misterios de la naturaleza humana y la respuesta social. Urgen cambios profundos de actitud.