Nunca como antes, en 11 años, el presidente de Venezuela Hugo Chávez se arrimó al borde del abismo político como en las elecciones parlamentarias de hoy.
Su aparición, marcada por el golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez, proclamó el fin del bipartidismo imperante y lo catapultó a la cima de una fama que conquistó con su puesta en escena populista-caudillista y su dominio del poder mediático.
Pero agua ha corrido bajo el puente y tras una consolidación contundente después de afrontar un intento de derrocarlo se fortaleció y cerró filas.Una oposición débil, cargada con las culpas del pasado, no pudo o no supo ser el fiel de la balanza y el proyecto cobró fuerza en una oposición ausente de la Asamblea por voluntad propia.
Pero hoy es diferente, las últimas encuestas daban un empate técnico y pese a las trampillas de un sistema mixto de cálculo, puestas por una autoridad electoral dependiente del poder que ha concentrado Chávez, el bloque opositor podría ser significativo.
El poderoso aparato de medios controlados por el Gobierno y la contundente propaganda de un estilo ya conocido por el Ecuador no parecen suficientes esta vez, a juzgar por las advertencias que ha efectuado el propio comandante subido a la tarima en cuerpo y alma para impulsar a sus sombríos candidatos oficiales.
Si gana o pierde Chávez tendrá un Parlamento donde la oposición y los independientes no le darán hegemonía. Los comicios de hoy, con una Venezuela acosada por la inseguridad y por otras tensiones, pueden ir disponiendo la escena para que las próximas votaciones no sean como Chávez quiere cuando dice “ya huele a 2012 y a dos mil siempre”. Sus émulos, por ejemplo, hablan de 300 años.