El volcán Tungurahua arrojó flujos piroclásticos por las quebradas de Cusúa y La Pirámide. El viento sopla hacia occidente y las zonas aledañas vuelven a sufrir los estragos de una amenaza que ha generado 12 años de alerta en la región.
Nuevamente hay preocupación. Los monitoreos constantes al emblemático volcán hicieron que esta vez la alerta pasara de amarilla a naranja. La afectación a los poblados vecinos del volcán trae muchas consecuencias de carácter económico y personal, cuya huella es difícil de borrar.
El miedo es recurrente. Los bramidos del coloso se sienten en ciudades como Ambato y Riobamba y, por cierto en los demás sitios cercanos. El Estado debería preocuparse de atender no solamente la emergencia, que es su obligación, sino de prestar soporte psicológico a los pobladores. En materia de la producción, los sembríos se estropean. El ganado no tiene el alimento en condiciones normales y los planteles avícolas pueden afectarse también. La ceniza cubre extensas zonas productivas, encareciendo los precios y, sobre todo, negando una fuente de ingresos a quienes solamente viven del sustento económico de los productos que da la tierra.
Cuando ocurren estos eventos, surge la inmediata inquietud sobre la utilidad de las cadenas de televisión y radio, tanto nacionales cuanto provinciales y locales. Una primera función debiera ser dar la voz de alerta para que las personas tomen precauciones, y luego organizar campañas solidarias y orientar sobre sitios de refugio, albergues y soluciones temporales para la producción.
Estos son temas importantes para una buena parte de la población, entretenida en asuntos de una agenda oficial distractiva e incisiva que olvida lo de fondo.