En un anuncio que conviene tomar con cautela, la mayor guerrilla de Colombia y de América Latina ha declarado un cese al fuego unilateral a partir del 20 de julio.
La decisión de las FARC debe interpretarse como un intento de recomponer el diálogo por la paz en Colombia, que se instaló formalmente en noviembre del 2012 en La Habana, Cuba, y que hasta ahora no exhibe resultados prácticos.
En realidad, las tratativas entre el Ejecutivo, liderado por el presidente Juan Manuel Santos, y la organización rebelde
fundada en 1964 por ‘Manuel Marulanda’ o ‘Tirofijo’ se hallan en su peor momento. Eso explica, por ejemplo, que el 60% de la población de ese país catalogue ya de fracaso las negociaciones con la guerrilla, que precisamente ha intensificado su ofensiva en los últimos 30 días. Uno de los ataques de los guerrilleros al Oleoducto Trasandino, a finales de junio pasado, causó una catástrofe ambiental en el sur del vecino país. Allí, el derrame de 400 000 galones de crudo ha dejado sin agua a unas 160 000 personas.
En ese escenario de pesimismo y de escalada del conflicto interno de Colombia, que se ha prologando por más de medio siglo, hay que saludar el anuncio de las FARC. Pero solo será una buena noticia si los sediciosos liderados por ‘Timochenko’ respetan la tregua unilateral para de esa manera encarrilar de nuevo las negociaciones de paz.
El momento crítico que vive el diálogo obliga a la guerrilla a mostrar gestos claros de que efectivamente desea sellar un acuerdo. Colombia espera eso.