La semana pasada, en el sur de Quito, un inmenso camión se fue contra una casa. Ese mismo fin de semana, dos transportes públicos en las provincias de Tungurahua y Cotopaxi provocaban episodios de dolor. La muerte sigue rondando.
Parece que la nueva Ley de Tránsito, las recurrentes charlas de capacitación a los conductores y la propia experiencia de amigos y parientes, de familias desgarradas, no es suficiente escarmiento.
Las causas de los accidentes de tránsito se repiten. Las fallas mecánicas, imprudencia e impericia de choferes, conductores ebrios, abuso de la velocidad y la impotencia oficial dejaron 11 875 muertos de enero a octubre del 2010.
El dolor de Manabí y su tragedia de fin de año todavía no se aplaca, pero en esta provincia costanera durante el 2011 ya se han producido 10 nuevos accidentes con víctimas fatales.
Tras la gran tragedia del año pasado vino el simulacro de control. Pero un canal de TV recogió un testimonio: pese a tener las llantas lisas, un bus debía salir porque era feriado y debía llevar gente. ¡Tremenda irresponsabilidad!
Los controles en las carreteras lucen insuficientes. Ahora que se han ampliado las vías y se ha mejorado su calidad -cosa que se valora-, muchos conductores aprovechan para pisar el acelerador y los accidentes suben.
No basta la buena voluntad de los estudiantes capacitando a peatones y choferes, que, por cierto, se agradece. No bastan las campañas para alentar el uso de la bicicleta si se va a convertir su uso en serio riesgo de muerte.
Hace falta una política de Estado seria y concertada para hacer un compromiso nacional: bajar los accidentes. Mañana cualquiera de nosotros puede ser víctima o doliente de esta tragedia que se repite.