Fueron 230 jóvenes los que murieron quemados y asfixiados el fin de semana en Santa María, Brasil. El dolor de sus familiares y amigos fue una nueva y triste manera de rememorar los casos relativamente recientes de Factory, en Quito y Crogmanon, en Buenos Aires.
Todo revive las escenas de pánico y la huella desoladora de la muerte. Pero una tragedia como esta debe renovar las lecciones de alertas para tomar las precauciones y salvar vidas.
Lo primero que debe ocurrir es la prohibición expresa e inmediata de fuegos artificiales, y peor en un local cerrado, donde la asfixia puede generar una estampida y el fuego convertir al sitio en un infierno mortal.
La responsabilidad de los propietarios de los sitios debe ser cuestión de conciencia y las autoridades exigir normas universales como espacios de circulación y, sobre todo, las salidas de emergencia numerosas y estar expeditas para que se puedan evitar aglomeraciones y catástrofes. Sería muy bueno que el Municipio y los Bomberos, con las normas legales a su alcance, continúen exigiendo todos los aspectos de seguridad aconsejados en los sitios donde se realizan espectáculos públicos y concentraciones masivas para preservar el bienestar y la integridad del público. Que el dolor de la discoteca Kiss, en Brasil, que el recuerdo triste de Crogmanon, en Argentina y la memoria de quienes perecieron en Factory, en el Ecuador, nos obligue a ser serios y responsables en materia de seguridad.