La semana pasada fue de intercambio de declaraciones, y no precisamente corteses, entre los gobiernos de Colombia y Venezuela. La tormenta la desató la visita del líder de la oposición de Venezuela, Henrique Capriles, a Bogotá. El presidente Juan Manuel Santos, que se había apresurado a reconocer el triunfo de Nicolás Maduro, lo recibió. El gobierno de Maduro reaccionó con fuertes críticas.
Maduro no debiera olvidar -y lo sabe bien como Canciller que fue- que Hugo Chávez y Santos, como presidentes, inauguraron una época de diálogos de buena voluntad para superar la tirante relación de Álvaro Uribe con Hugo Chávez. Esta se complicó en los días del ataque colombiano a territorio ecuatoriano en Angostura para devastar un campamento de las FARC.
Los países vecinos están obligados a tener una buena relación. Es un mandato de buena vecindad inspirado en pueblos fraternos que además tienen muchas cosas en común: historia, idioma, familias y hasta negocios comerciales fecundos y constantes. La lucha interna en Venezuela y la terrible escasez de alimentos y productos quizá haya inspirado la sobre-reacción de Maduro. Siempre que un Gobierno tiene problemas internos reaviva conflictos o tensiones internacionales: es una lección que debiéramos observar.
La parafernalia, las advertencias de atentados y la estridencia desde Venezuela, contrastan con la reacción de la sociedad colombiana.