A la media noche de este jueves entró en vigor una nueva tregua en la lastimada Siria, harta de una guerra civil cruel.
La idea, que tuvo seguimiento en las conversaciones entre Rusia y Turquía, se exhibe por ahora como un mérito del líder ruso, Vladimir Putin.
Rusia ha jugado, desde hace años, un papel protagónico en la zona, proveedor de armas de la dinastía civil de los Al Asad. Su cercanía al dictador Bashar es conocida, pero ahora parece jugar fuertemente por una tregua entre el Gobierno y varios opositores, igual de feroces en la sangrienta guerra civil que ha devastado poblaciones y ha sembrado muerte en número incuantificable.
Tanto, que hay fuentes internacionales que cifran los decesos en 300 000 y otras, más conservadoras, en 150 000.
Los rebeldes antigubernamentales componen varios frentes y han recibido, indudablemente, apoyo extranjero para derrocar a la tiranía civil y laica.
Por fuera de este acuerdo están dos poderosos grupos, también fuertemente armados y particularmente crueles, como Al Qaeda y el Estado Islámico, que seguirán atacando.
Más allá de este mapa de una región segada por la violencia está en juego la geopolítica mundial. Putin mantiene un pulso aparte con Erdogan, el líder turco. El papel de Barack Obama, ya en retirada para dar paso a Donald Trump, queda, por ahora, superado por la realidad. Están por verse sus efectos. Lo importante es que la tregua no sea una semilla estéril en el desierto.