La contaminación acústica es uno de los problemas cotidianos menos discutidos que enfrentan los quiteños y que, a pesar de cualquier alarma, se ha convertido en una parte del paisaje capitalino al que no deberían acostumbrarse los habitantes de esta ciudad.
Ante la evidente infracción de negocios, comerciantes y conductores, la solución va por dos vías: una, de la Municipalidad que debe hacer operativos constantes para salvaguardar la salud auditiva de los quiteños; y por otra, la concienciación de los vecinos de que es un problema que está socialmente infravalorado, porque a pesar de que pocos valientes se opongan, la gran mayoría no conoce sus derechos y no los hace respetar.
La Mariscal, calle La J, el Centro Histórico, La Paz (Whymper) y La Jipijapa son las zonas que presentan altos niveles de ruido. Según datos de la Secretaría del Ambiente del Municipio de Quito, en estos sectores la emisión de ruido supera con facilidad los 65 decibeles (dB) en el día y 55 en la noche. Para tener claro el efecto, el ruido es nocivo o dañino cuando sobrepasa los 75dB. Así, Quito se puede considerar una urbe contaminada auditivamente. La ordenanza capitalina vigente dice que los niveles permitidos son 55dB, de 06:00 a 19:59, y 45dB de 20:00 a 06:00.
Una nota publicada por este Diario detalla que la Secretaría de Ambiente ha realizado estudios de mapas de ruido en la capital, “y ha determinado que la plaza Foch tuvo entre 75 y 80 decibelios en el día y 90 en la noche”. Además, la normativa dictamina que las competencias automovilísticas están prohibidas, por los riesgos auditivos implícitos, así como el uso de altavoces, megáfonos, timbres, sirenas, etc. en vehículos.
Es fácil no darse cuenta de que la normativa no es respetada. En cualquier negocio se sacan parlantes y se amplifica música hacia la calle. ¿En qué manual de marketing se recomienda esta práctica para que las personas se lancen a consumir? ¡Absurdo!
El ruido en Quito, visto así, es un “drama silencioso”, si cabe la imagen paradójica. Pero pocos, muy pocos, hablan de él y, por lo tanto, hay una capa de silencio socialmente construida sobre él.