Los redondeles no cumplen su función

Si para un conductor es difícil avanzar cuando se aproxima a un redondel, para un peatón que intenta cruzar de un lado a otro de alguna vía de la ciudad es definitivamente imposible. Una ciudad como Quito, de un poco más de dos millones de habitantes, según el último censo de población y vivienda, presenta complejos problemas de movilidad sin que se vea una solución ni a corto ni a mediano plazo.

Existen en la ciudad 33 redondeles que fueron diseñados hace más de dos décadas, cuando el número de vehículos que transitaban por las calles y avenidas no era tan voluminoso como en la actualidad. Incluso, desde el punto de vista de la estética, esas formas geométricas de organizar el tránsito cumplían un papel esencial y decorativo.

En el centro de esas rotondas había una estatua o piletas con chorros de agua a colores que adornaban las noches quiteñas. Desaparecieron a medida que esos espacios comenzaron a suprimirse bajo un esquema denominado reforma geométrica, que cambió la forma circular por semáforos, como por ejemplo en las Naciones Unidas y Shyris, en la República y Eloy Alfaro o en la 6 de Diciembre y Gaspar de Villarroel.

En estos lugares el peatón tiene el semáforo que le permite cruzar sin peligro. Al contrario, en sectores donde aún no se aplica una reforma geométrica (Plaza Artigas) cruzar de un lado a otro es un peligro para los transeúntes.

Para la Empresa de Movilidad y Obras Públicas, los redondeles tienen la ventaja de autorregular el flujo de hasta 3 000 vehículos, pero en las horas de mayor demanda ese límite es superado y genera enormes obstáculos. Si no se proponen soluciones mucho más dinámicas como vías subterráneas o puentes elevados, en un futuro no muy lejano tendremos una ciudad prácticamente intransitable.