El Distrito Metropolitano de Quito es presa de la incertidumbre mientras practica un retorno poco ordenado a las tareas indispensables.
Las cifras de contagios y muertes llaman la atención y la fragilidad del sistema hospitalario es evidente, sobre todo cuando se mira lo que ha ocurrido después de la decisión de pasar al semáforo amarillo.
La realidad es que mientras decenas de miles de vecinos de Quito buscan reactivar su economía, el tema médico alerta por el alto contagio.
Muchas unidades de cuidados intensivos están saturadas. Más allá de lo que las autoridades digan, los testimonios de los familiares de contagiados muestran una dura realidad que tiene consecuencias y cuya proyección puede ser exponencial.
Es hora de la disciplina rigurosa. Es hora, además, de extremar los cuidados de higiene y distancia personal. Es tiempo de tener más paciencia para evitar reuniones sociales, y peor fiestas o encuentros que muchos añoran pero pueden ser de riesgo.
Todos quieren ver a sus familiares, a las personas mayores y a sus amistades. Pero la precaución para salvar vidas debe primar. Satisfacer un sentimiento personal es parte de la naturaleza humana, mas no se debe atentar contra la gente vulnerable ni poner en riesgo la propia vida.
Mientras la expansión de la pandemia amenaza, el asunto de los semáforos y sus cambios de reglas ciertamente confunden.
En este punto, saber las restricciones de circulación conforme a las placas, los horarios límites y más detalles, no deja de causar estrés.
Frente a un número de ciudadanos en la pobreza y el desempleo, con preocupaciones por mantener el trabajo o conseguir recursos, el dilema entre salir al trabajo diario y proteger la salud es un problema cotidiano.
Lo más preocupante es que, por un lado, hay personas que violan las normas y, por otro, no se usan las ayudas tecnológicas de las cuales se habló en su momento y no hay un control sistemático de la autoridad.
Quienes cumplen no saben a qué atenerse. En el mundo hay rebrotes y la vacuna no aparece en el horizonte.