El tiempo pasa y un día como hoy, en 1978, el Fondo de Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco), distinguió al país con la declaratoria de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
35 años después los retos de mantener el nombre son inmensos. No es un título eterno, como acaba de constatar Dresde, a la que se le arrebató esa distinción.
El trabajo colectivo debe privilegiar el cuidado, la higiene, la preservación arquitectónica, las facilidades para el turismo y las condiciones de seguridad para que visitantes y vecinos se sientan protegidos.
El centro de Quito es vivo, en él habitan miles de personas, no es, solo un enclave burocrático ni una ciudad comercial que se abandona en la noche. Por el contrario, su condición de ciudad colonial y los tesoros culturales son apreciados por sus habitantes.
El debate sobre los bienes culturales y la preservación de una arquitectura diversa, ahora que se quiere destruir edificios de otras tendencias arquitectónicas debe enriquecer y no sesgar el debate. No es aceptable que se ponga en duda la pertinencia de la condición de ciudad patrimonial por parte de expertos foráneos provenientes de lugares donde la preservación no ha sido norma.
Para recordar los 35 años, para destacar la lucha perseverante de personas como Rodrigo Pallares y su equipo por alcanzar el logro, Quito y sus habitantes deben sellar un compromiso de honor y permanencia.