La paz interna le ha sido esquiva al fecundo y creativo pueblo de Colombia, que ha puesto los muertos y la sangre de años de violencia. Hoy el camino del diálogo finca una nueva esperanza. Las luchas intestinas acompañan la historia colombiana desde la aparición de la violencia bandolera que mutó en grupos guerrilleros. De ellos, el más antiguo, poderoso y devastador, ha sido el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El anuncio de conversaciones secretas en La Habana es solo el comienzo de un proceso complejo, cuya trama debe confrontar primero el debate interno de la sociedad colombiana y de su establecimiento político, así como la aceptación general del objetivo final de una paz duradera sin vencedores ni vencidos.
Que nadie vaya a creer que el proceso sea fácil. Ya hay voces contrarias. El ex presidente Álvaro Uribe, con quien el actual Mandatario colaboró como ministro de Defensa, ha sido un duro crítico. Desde el establecimiento político se señala que no se debe olvidar los crímenes de lesa humanidad ni forjar un perdón ciego.Un obstáculo difícil de superar será convencer a los miles de colombianos lastimados por años de violencia de los efectos benéficos de cesar la disputa.
Otro tema complejo es que los guerrilleros se desvinculen del narcotráfico. Tampoco es aceptable fijar zonas donde se establezcan con poder militar ni territorial como la zona de despeje que hizo fracasar el diálogo en tiempos del presidente Andrés Pastrana. Sin embargo, las FARC están disminuidas en su poder militar, desarticuladas en sus mandos políticos y con graves problemas de comunicación. Aprovechar esta debilidad estratégica quizá sea una buena oportunidad para la paz que Colombia merece.