La constante y sistemática arremetida del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, contra la prensa tuvo reacción.
200 diarios de ese país pidieron en sus editoriales (que reflejan la línea periodística de una publicación) al Presidente que comprendiera que los periodistas no son sus enemigos.
Es común en líderes en cuya personalidad predomina el corte caudillista y autoritario, buscar enemigos para enfilar sus ataques y así desviar la atención de los problemas de fondo que muchas veces no pueden solucionar.
El encontrar en la prensa a un enemigo ha sido moneda habitual en varios regímenes cercanos de no grata recordación. Lo curioso es que muchas veces la comunidad no valora el sentido y el riesgo de estos ataques políticos, que finalmente afectan a la democracia.
El situar a los medios de comunicación como enemigos y confundirlos con actores políticos es una visión perversa y reduccionista de su verdadero papel. Los medios cumplen, primero, el papel de informar, luego, dan paso al debate civilizado y plural de las ideas que circulan en la sociedad; además investigan y ventilan los casos que muchas veces el poder quiere ocultar, y brindan a la opinión pública instrumentos legítimos y fundamentados para que los ciudadanos tomen sus decisiones libres en materia de inversiones, viajes, emprendimientos, etc.
La prensa libre es base de la democracia. Atacarla mina la esencia y conciencia de una sociedad civilizada.