La noche del domingo venció el plazo para que los partidos y movimientos con carácter nacional cierren sus precandidaturas presidenciales.
Como nunca antes en la historia nacional, se presentaron al proceso 18 candidatos presidenciales.
Hasta hubo tiempo para que una integrante de un binomio presidencial declinara antes de ser ratificada.
Con ese número exorbitante de precandidatos, en los siguientes diez días deben aceptar las nominaciones de manera presencial ante el Consejo Nacional Electoral. Luego se pueden hacer alianzas entre las diferentes tiendas políticas.
Acto seguido, la autoridad debe verificar si los postulantes cumplen con los requisitos y pueden seguir adelante en su carrera electoral.
Entre el 17 de septiembre y el 8 de octubre vendrán ya las inscripciones oficiales, las impugnaciones y la ratificación de las candidaturas.
Si los comicios primarios son saludables como reafirmación de la democracia, éstos dejan que desear.
En pandemia, sin concentraciones ni reuniones con los militantes, la confianza de los ciudadanos se deja a la voluntad de la dirigencia.
El voto masivo de afiliados y simpatizantes no fue posible; la representación de las directivas de movimientos y partidos puede tener sus fallas y la voluntad de los líderes parece primar en muchos casos.
Ya quedó dicho que los ensayos del pasado no fueron fructíferos. Esta vez, las condiciones de salud pública y las restricciones de movilidad conspiraron contra el proceso.
Hay que avanzar en partidos y movimientos con formas de adhesión reales, la comprobación exacta de su validez y unas elecciones primarias de verdad, que arrojen una expresión nítida de la voluntad de la mayoría de los partidarios de cada agrupación.
También resulta llamativo en este ensayo que haya tantos candidatos. Está claro que no hay en el país y en el mundo tantas ideologías.
Además, como nunca, prófugos de la justicia, sentenciados a la cárcel, y hasta candidatos con grillete y arresto domiciliario, lastiman la imagen de la democracia debilitada.