Hace apenas tres semanas y un poco más, la opinión pública mundial jamás había oído el nombre de Edward Snowden. Desde entonces se ha convertido en el posible receptor del asilo quizá más disputado de la historia reciente.
Cuando, según el relato del ex analista que trabajaba para la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los EE.UU.), decidió ir a Hong-Kong y desde allí entregar a medios de información privados e independientes su versión sobre los millones de llamadas telefónicas y correos electrónicos que son intervenidos en EE.UU. a nombre de la seguridad; nadie, ni él mismo, hubiese podido imaginar las dimensiones que cobraría el caso.
El primer país que salió salpicado fue Ecuador. El Cónsul en Londres, sin permiso de su Cancillería ni del Presidente, otorgó un salvoconducto con el que Snowden viajó desde Hong-Kong hasta Moscú. Desde entonces nadie lo ha visto. Se supone que está en las muy seguras instalaciones aeroportuarias de la capital rusa.
El presidente Correa aclaró que para que el asilo fuese efectivo Snowden debía estar en territorio ecuatoriano. El Cónsul quedó en evidencia, mientras el estrafalario huésped de la Embajada ecuatoriana en Londres, Julián Assange, hacía declaraciones sin límite. Hoy se disputan el asilo Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Antes, Rusia le condicionó que no se refiriera a EE.UU. ¿Snowden es un potencial asilado incómodo o conveniente?