Con la cercanía de la Navidad y el Año Nuevo, las noticias sobre los juegos pirotécnicos reaparecen y dejan huella de dolor.
Esta semana, en Babahoyo, un polvorín clandestino estalló, causó destrucción y muerte. Lejos, en México, una terrible explosión se cargó la vida de 35 personas y dejó heridas a otras 70.
Un reportaje de EL COMERCIO, el domingo último, había recogido testimonios desgarradores de personas que sufrieron las consecuencias de graves quemaduras. El tiempo de recuperación es largo y las secuelas, muchas veces, quedan de por vida.
La fascinación que tiene el ser humano por el fuego viene de tradiciones con años de arraigo. Varios de los pueblos originarios del mundo tejen a su alrededor leyendas y ritos de adoración. Lo mismo en las culturas andinas y en las prácticas funerarias de la India. Lo mismo para cantar a la vida que para purificar el cuerpo luego de la muerte.
La milenaria China cultivó y perfeccionó los juegos pirotécnicos y sus colores y estruendosos sonidos han acompañado buena parte de la historia de la humanidad en las celebraciones más significativas. La tecnología ha dado su aporte para evitar los peligros.
En el Ecuador la regulación es severa, pues la manipulación de estos artefactos ha causado daños, pero el uso sigue cautivando y muchos desafían duros castigos y se acercan a jugar con fuego.
En esta época cabe reafirmar la necesaria prevención y el extremo cuidado para evitar desgracias que lamentar.