Más allá de las presunciones de los autores señalados por la autoridad policial como una banda criminal de narcotraficantes, el hecho sacude.
Ahora fue un abogado el acribillado en una avenida transitada, con la participación de presuntos sicarios en motocicleta. La recurrencia de estos delitos conmueve.
En los expedientes apenas abiertos de varios crímenes cometidos en los días pasados abundan descripciones alarmantes: ajuste de cuentas, venganza, mal reparto. La jerga de los partes policiales alude a hechos violentos cometidos por personas relacionadas con el hampa.
Asusta la sangre fría de los delincuentes y la idea de que estos puedan actuar fácilmente y hasta sentirse impunes. Y lo sucedido en Guayaquil en días pasados se cuenta una y otra vez en distintas ciudades.
En Quito, los ciudadanos de ocho sectores activaron brigadas para defenderse de los robos. En Latacunga, hay la sensación de mayor presencia de delincuentes, asaltos y hasta crímenes. Los vecinos de barrios contiguos al centro de detención de Cotopaxi se organizan y piden más control. Pero las cifras sobre los delitos denunciados no necesariamente van aparejadas con esa percepción.
A propósito de ese centro de rehabilitación, la emergencia no ha pasado todavía, y aunque parezca que todo se ha calmado, los asesinatos cometidos este año en distintas penitenciarías deben esclarecerse.
Mientras la investigación no prospere, la amenaza acecha y la violencia puede rebrotar. Si no hay medidas de fondo y radicales, la calma chicha puede ser presagio de tormenta.
Hace falta una transformación severa, y aunque sea buena noticia la preparación de nuevos guías penitenciarios y de una autoridad al mando, todos sabemos que no basta. Si las bandas que comandan operaciones siguen comunicadas y dando órdenes, los crímenes seguirán.
No es tema de números. La percepción es una intuición de la gente con base en su experiencia cotidiana.