Luego de tres largos años de confrontación, el discurso presidencial del 10 de Agosto incluyó ciertas pistas sobre un posible nuevo momento en la relación del Gobierno con el sector privado del país.
A esto se suma la propuesta en ciernes de un Código de la Producción, que pronto aterrizará en el ámbito legislativo para su debate y tratamiento, y las líneas maestras que traza el Ministerio del ramo.
Para afrontar este nuevo momento, si la voluntad política es sincera, se deben dejar de lado los prejuicios reinantes y reiterativos en la tónica del lenguaje oficial.
Es una verdad a medias que antes en el Ecuador no se pagaban impuestos, pues siempre hubo empresarios y ciudadanos cumplidos con el Estado. La cultura tributaria que lleva una década sostenida como política ha cambiado el panorama y el empresario se compromete más con su obligación de aportar al Fisco. Otro criterio erróneo, producto de estereotipos y dogmas ideológicos, es pensar que empresario es solamente un sinónimo de las grandes empresas y los millonarios capitales.
No es verdad. Empresarios son quienes arriesgan su fortuna y empeñan su trabajo en el país, construyen grandes empresas y apuntalan grandes ideas y dan trabajo a miles de personas, pero también lo son los pequeños emprendedores que con su esfuerzo alimentan a sus familias, dinamizan el ámbito comercial y dan vida a una actividad individual por fuera del sector estatal de la economía.
Un modelo económico abierto, liberado de las taras teóricas que estigmatizan lo privado y sacralizan lo público, se impone a esta hora. Una participación activa de la sociedad, la suma activa de emprendedores privados puede sacar al país de la pobreza, multiplicar las fuentes de empleo. Que se entienda así y se inaugure un nuevo momento.