La muerte del papa Francisco el 21 de abril dejó un vacío profundo en la Iglesia católica, pero también una huella perdurable en ámbitos impensados para un pontífice: uno de ellos, el deporte.
El primer Papa latinoamericano, hincha confeso del club deportivo San Lorenzo de Almagro, nunca ocultó su pasión por el fútbol, un deporte que supo valorar como una herramienta educativa, de encuentro y de construcción de paz.
Jorge Mario Bergoglio también habló con lenguaje deportivo. Para él, el pontificado era un “partido honrado y valiente” que se debía disputar en equipo.
Como jesuita supo ‘encontrar a Dios en todas las cosas’, como en el fútbol, y supo traducir los valores del deporte –el respeto, el sacrificio, el juego limpio– en claves de su mensaje hacia los más vulnerables.
No lo hizo desde la teoría, sino desde la coherencia de su propia vida. Rechazó el lujo del Palacio Apostólico para vivir en la humildad de la Casa Santa Marta, donde falleció a los 88 años.
Recorrió el mundo predicando la misericordia y tendiendo puentes con otras religiones, culturas y formas de pensar.
Su relación con San Lorenzo no fue un capricho de juventud. Fue parte de su identidad, desde la niñez.
Ya como pontífice, se emocionó con el título de la Copa Libertadores ganado en 2014 por ese ‘Ciclón’, comandado por el DT Edgardo ‘Patón’ Bauza, quien años antes también logró esa misma corona con Liga de Quito.
La historia del San Lorenzo, fundado en 1908 por el padre Lorenzo Massa, conectó con su idea del deporte como escuela de vida, donde los niños y jóvenes pueden aprender a cooperar, a respetar las reglas y a buscar lo mejor de sí mismos, como ocurría cuando jugábamos al fútbol con los amigos del barrio o de la escuela.
Su ejemplo nos recuerda que el respeto, en el fútbol y en la vida, no se negocia. No se gana una final ni se pierde un clásico que valga más que la dignidad del otro.
El legado del papa Francisco es imperfecto, pero honesto. En un tiempo de polarización, su voz fue un llamado constante a la unidad en la diversidad. Y también una lección silenciosa: se puede ser Papa, se puede ser hincha, se puede vivir la fe con alegría y pasión, siempre y cuando la base sea el respeto.
Más allá de cualquier orientación religiosa personal, en tiempos difíciles, vale la pena recordarlo.