Quevedo fue la ciudad. La foto que ilustraba la primera página de este Diario llamaba a sorpresa y a grandes interrogantes por dilucidar.
Una vez más, una muchedumbre acudía al tintineo de los vendedores de ilusiones, que ofrecen premios y un pago de intereses que haría multiplicar el dinero de los ingenuos depositantes. Esto siempre termina en el desplome monumental de una pirámide construida a base de incautos.
Un sargento del Ejército en servicio pasivo es el prestidigitador. Mucho ha tardado la autoridad en reaccionar ante un hecho público y notorio en un club en Quevedo.
Si en un negocio alguien pone cien dólares y al cabo de una semana le dan noventa y le devuelven su capital, el negocio lucirá redondo aunque sospechoso. Pero el esquema de las pirámides financieras es el mismo que opera desde hace tiempo.
En el país han existido varios sistemas piramidales de depósitos y dinero fácil. Uno de ellos acabó en cisma, cuando los depositantes invadieron la oficina del notario Cabrera, en Machala. Ellos exhibían unos sucios papelillos como supuestos recibos de sus depósitos a cambio de los cuales los instigadores de la pirámide ofrecían ‘el oro y el moro’. Y en verdad cayeron muchas personas de origen humilde, pero también personajes cuya formación debió despertarles sospechas. Pero la ambición rompe el saco, la pirámide se desmoronó y el notario de marras murió en un confuso episodio nunca aclarado.
Colombia tiene ejemplos de estafas piramidales y muchos ingenuos han sido estafados. Los depositantes venden propiedades y apuestan en un casino donde todas las fichas terminan en manos de la casa. La ruina supone la debacle de los clientes.
El caso de Quevedo desveló un informe de la Superintendencia de Bancos sobre 113 empresas cuyo capital de operaciones es de dudosa procedencia, y que fungen de supuestas instituciones financieras.
Este hilo debe seguirlo rápido y a fondo la justicia, preservar los recursos de la gente y hacer recuento de lo sucedido, a manera de un escarmiento colectivo indispensable.