El país afronta una situación preocupante que se debiera atacar.Hace un año, la formulación de un programa con el Fondo Monetario Internacional trajo buenos vientos en materia fiscal.
Los agentes multilaterales volvieron a creer en el país luego de una década fatal de aislamiento y discursos negativos. Los desembolsos empezaron a llegar y el Gobierno comprometió unas reformas bloqueadas por distintas circunstancias.
Al terminar la semana, se supo que el esperado desembolso para aliviar la crisis no se concretará en marzo.
Aquellas reformas tenían que ver con la disciplina fiscal, el sinceramiento de los precios de los combustibles y el aspecto laboral.
Los avances en el Legislativo han sido magros y un acuerdo que parecía sólido se rompió luego del fallido juicio político a la Presidenta del CNE. Nadie tiene mayoría en el Poder Legislativo. El Gobierno no controla ni siquiera su propio bloque.
Todo ello se debía desenvolver en una atmósfera adecuada, para dar confianza y estimular la inversión extranjera. La venta de activos o asociaciones público-privadas han tardado más de la cuenta, y en el horizonte no se ven más que promesas.
Los empresarios que cuentan con capitales afuera tampoco se muestran estimulados para repatriarlos.
El discurso del Acuerdo Nacional -loable, deseable- no ha sido acompañado por la sociedad y el Gobierno esimpotenteparagenerarconsensos.
Octubre fue un mes de inflexión. El paro indígena, la protesta social y el haber llevado adelante un ajuste sin consensos previos fue, al final del día, una trampa perversa.
El remate de todo esto es el coronavirus. Más allá de sus letales efectos sobre las personas, la globalización lleva a la expansión del fenómeno: cae el precio del petróleo y los ingresos del Ecuador sucumben.
La economía está en contracción y las exportaciones a China podrían complicarse. Además, los acuerdos con México y Estados Unidos o bien sufren obstáculos o están en desarrollo, pese a la apertura.
Todo eso a las puertas de un incierto proceso electoral en ciernes.