En la que se ha calificado como una de las más duras estaciones invernales en tiempos recientes, el sistema de colectores y alcantarillas se muestra vulnerable.
La topografía de la capital, rodeada de montañas, laderas y profundas quebradas, es un territorio complejo. El tejido de miles de calles y edificaciones demanda de una inmensa e intrincada red subterránea de alcantarillas y colectores inmensos.
Dos grandes sucesos recuerda el Quito de las últimas décadas. El aluvión de La Gasca, cuyos estragos dejaron huella a través de la ciudad hasta la avenida seis de Diciembre, y el aluvión de El Condado, de gran magnitud.
Pero hay un sinnúmero de otros puntos críticos. Uno de ellos es el desfogue natural del sector donde hoy se encuentra el túnel Guayasamín. Allí, el inmenso embaulamiento fue la solución, pero su alto costo impidió completar la obra con un segundo túnel. Otro es El Trébol, cuyo colapso demandó una serie de obras de reparación.
Quito tiene más de un centenar de quebradas en la zona del Pichincha que han merecido costosos colectores. La ciudad crece y los 6 000 kilómetros de alcantarillas exigen modificaciones constantes y más obras complementarias, a su vez onerosas.
Ayer EL COMERCIO publicó un reportaje en el cual las autoridades establecen las nuevas inversiones en un monto de USD 73 millones. Hay que hacerlo y empezar ya. El invierno sigue pasando factura, pese a ser previsible.