Cada noticia de hechos violentos contra mujeres lastima a la sociedad toda. Cada muerte por odio de género es una lápida.
La autoridades mundiales consideran a la violencia contra la mujer como una verdadera pandemia; una enfermedad colectiva que atañe a toda la sociedad. Seis de cada diez mujeres han sufrido maltrato de algún tipo.
Esa realidad obliga a un esfuerzo colectivo y sostenido para tomar conciencia. Por eso se ha consignado un Día Mundial de la No Violencia contra la Mujer. Pero los desfiles y proclamas sirven de poco si después se pierde conciencia sobre la lacerante rutina.
En el Ecuador se logró tipificar el femicidio y se incluyó este delito específico en el nuevo Código Orgánico Integral Penal (COIP). Un dato decidor es que un 38% de asesinatos contra las mujeres son cometidos por su pareja.
Las mujeres están en situación de mayor fragilidad en varios planos. Para muestra basta mirar el reportaje de EL COMERCIO del jueves último, que revela que el narcotráfico recluta a más mujeres para su actividad ilícita.
Año a año crecen los colectivos que luchan contra esta situación. En el país, como en el mundo, se destinan recursos y pensamiento a la tarea sostenida.
En el Ecuador, como en muchos países, se organizan marchas. Pero nada mejor que un proceso sostenido de cambio social profundo y de conciencia ciudadana, algo que empieza en casa, en la educación familiar, y se vuelca a una vivencia cotidiana.