La reciente clarinada recibida por los habitantes de Quito, zonas aledañas en Pichincha e incluso en Imbabura nos refrescan la indispensable actitud.
Primero cabe conocer la versión científica, reconocer la historia de nuestra escarpada geografía y nuestra condición de tierra en constante movimiento. Para ello el estudio de la geología debe ser alentado desde escuelas y colegios a manera de instrucción esencial, aparejada de una actitud de precaución y solidaridad.
En la madrugada del domingo un sismo de 4.2 grados en la escala Richter despertó a gran parte de la población y causó alarma. Luego sobrevinieron dos réplicas menores pero, como se sabe, no se descarta ni se puede pronosticar nuevos movimientos telúricos.
Quito está atravesada por una falla geológica, es además una conexión de otros sistemas más complejos. Los sismos del fin de semana tuvieron su epicentro en Pomasqui. El recuerdo trae un reciente enjambre sísmico en el mes de mayo y además los ocurridos en años anteriores en zonas cercanas al lugar del epicentro con distintos grados de afectación (viviendas y hasta la estructura un puente en construcción).
Por eso y como contra la naturaleza no se puede luchar y es necio vencerla, lo más importante es estar informados y saber cómo proceder.
Dotación de agua, vituallas (comida), fósforos, radio y pilas, y ropa adecuada para pasar a la intemperie.
Pero una vez más, y como ocurriera en situaciones similares ante catástrofes como las sucedidas hace una década en Haití y hace unos años en Chile la prevención es clave.
Reforzar las estructuras de cuarteles de Fuerzas Armadas, Policía y Bomberos. Luego, hospitales y escuelas. Revisar las ordenanzas municipales y volver normas seguras de construcción sismo resistente, es una responsabilidad colectiva donde Gobierno, municipios y entidades cívicas tienen mucho por hacer.
Los sismos y las erupciones volcánicas son inevitables pero sus efectos pueden ser atenuados con alertas tempranas y mucha preparación formativa, cívica y toma de conciencia.