Los actos terroristas, secuestros y asesinatos de los cuatro meses en la frontera ecuatoriano-colombiana marcan una línea que no hay que perder de vista.
Si durante años descuidamos -como autoridad, como sociedad- los territorios y sobre todo a las personas de la zona, lejanas por su distancia y su pobreza, esa historia debe cambiar.
Hoy, el dolor y la amenaza provocados con métodos terroristas por una bien organizada banda delictiva preparada en la lucha guerrillera, nos demanda cambios sustanciales.
La presencia del Estado en la difícil frontera debe basarse en un sistema de seguridad. Con un mando claro y conocedor de las necesidades, con autoridad y saber profesional que articule a Fuerzas Armadas y Policía pero que instruya y oriente a la población civil sobre las características, riesgos y precauciones en esas zonas vulnerables.
Con esa base, la producción adecuada de alimentos y cultivos, la generación de fuentes de empleo y sistemas de salud y hospitales es una prioridad.
Toda esta concepción para hacer menos vulnerables las zonas de frontera debe estar orientada desde una filosofía para la gente y sus derechos.
Con estas premisas, construir fronteras vivas dejará de ser un enunciado y permitirá recuperar el auténtico tejido social, hoy olvidado y perforado.
También se trata de no olvidar a nuestros soldados y compañeros periodistas muertos ni dejar de exigir al Estado que busque a los desaparecidos.