Estaba previsto. El martes 2 de noviembre supuso una división de aguas, justo a dos años de la histórica elección de Barack Obama como el 44 presidente de EE.UU. Esta vez los republicanos le ganaron la partida y se llevan la mayoría de escaños de la Cámara de Representantes y logran escalar algunos peldaños en la renovación parcial del Senado.
Desde hoy el marco político para el primer presidente afrodescendiente de Norteamérica no será el mismo. Han sido dos años de sufrimientos y sobresaltos. Una severa crisis económica, empujada por el estallido de la burbuja inmobiliaria, acarreó una recesión de la que apenas si pudo salir recientemente. Pero la herida causó estragos; el desempleo ronda el 10%.
A la economía más poderosa del mundo le atosigan otras preocupaciones: los impactos de la crisis europea y la puesta en escena cada vez más preponderante de la milenaria China que emerge como realidad más que amenaza. Ya el mundo internacional de la economía y las finanzas no es el mismo.
Para Estados Unidos es algo más que cuestión de honor el tema de la seguridad planetaria. Con 150 000 soldados esparcidos por distintos países, el retiro paulatino de las tropas de Iraq y una fallida apuesta militar en Afganistán serán motivo de críticas virulentas de sus opositores.
La reforma central que consiguió Obama fue la de Salud Pública, perseguida durante una década, pero que implica un considerable aumento del gasto público. Quedarán sin resolver la reforma educativa y fiscal.
Será difícil que los republicanos den paso a ciertas aspiraciones de la visión demócrata del mundo que colocó en la Casa Blanca a Obama. Un Obama que pinta canas afronta una nueva realidad: gobernar sin mayoría.