Por la mañana del sábado, Quito se despertaba para sentir temor. Un sismo sacudió a la capital y a las zonas aledañas; recordó a todos la alta vulnerabilidad y desnudó falencias. Lo ocurrido en el puente sobre el río Chiche provocó un caos de tráfico en la zona de Puembo.
Los 4 grados de magnitud, las réplicas de las horas siguientes en otras zonas del país, el episodio del Perú y los horripilantes recuerdos de principios de 2010 en Chile y Haití, sacuden la conciencia colectiva.
Las autoridades de la ciudad se conectaron a prisa con los científicos que de modo responsable no tardaron en renovar las advertencias que se han repetido hasta la saciedad.
Tras los terremotos en el Caribe y en el sur del continente se organizaron una serie de talleres, seminarios y encuentros y se adelantaron promesas de endurecer las normas constructivas, al punto de adecuarlas a los avances de la ciencia, y emprender en una cruzada que atenúe los efectos destructivos y hasta mortales que un gran terremoto en la ciudad de Quito y otros lugares del país podría causar.
El 70% de las casas de Quito son vulnerables. Así de simple y dura suena la cifra y no queremos imaginar la tragedia que puede suceder si sobreviene un terremoto fuerte.
Estamos en una zona sensible del continente. Quito se asienta sobre fallas científicamente detectadas y para colmo un número importante de las construcciones esenciales no tienen suficiente sustento ni normas rígidas.
Hay que reforzar los cuarteles, las estaciones de bomberos y los hospitales para actuar en caso de emergencia. Hay que tener buenas edificaciones en escuelas, colegios y universidades que pueden servir como grandes albergues.
Hay que trabajar sostenidamente. Mañana será tarde.