La Nochebuena en pandemia nunca será olvidada. Cena frugal en muchos casos, pocos regalos, familia acotada al menor número de gente posible.
La Navidad en tiempos difíciles siempre fue compleja en la historia. Así, en sitios de guerra, las escenas son desgarradoras. Cuando una catástrofe asola a una región el dolor se vuelve más hondo cuando llega la celebración religiosa.
Para las miles de familias a las que el coronavirus arrancó a un ser querido, para los miles de seres que perdieron amigos y compañeros de trabajo, esta fiesta será un trago amargo que siempre evocará la ausencia.
La economía contraída y la pérdida de empleos ya vino imponiendo dificultades. Pocos regalos y presupuestos más cortos; una cena que tiene más de compartir que del derroche de platillos costosos.
Los datos muestran que el consumo de proteínas ha bajado como producto preferido de estas épocas. La dinámica comercial ha experimentado un frenazo tremendo, lo mismo para hoteles y restaurantes. Esa esperanza se aplaza por fuerza.
Las festividades se vivirán no solo en difíciles condiciones económicas sino de movilidad. Mas las cifras justifican las medidas para evitar un colapso del sistema de salud en las próximas semanas. Veamos: desde marzo hasta septiembre se registraron 118 911 casos, pero desde el 14 de septiembre hasta el martes 22 hubo 206 364. Hay un crecimiento importante de contagios y muertes.
Es necesario propender a la mayor cantidad de muestras posibles. Nuestros datos nacionales, en promedio, son alarmantes y estamos lejos de lo que la OMS señala como un nivel aceptable de pruebas.
En medio de todo esto, queda espacio para la solidaridad, que pese a las dificultades, no se ha detenido en el país. No hay que perder de vista que las personas que viven en la calle experimentarán su indigencia agravada por el desamparo en la pandemia.
Hay, en definitiva, espacio para recuperar el sentido profundo del nacimiento de Jesús y para reflexionar sobre su mensaje. Y para reencontrarse con uno y sus semejantes.