La muerte de Pérez
En la madrugada del lunes, un operativo combinado de fuerzas de asalto venezolanas abatió al oficial disidente.
Óscar Pérez estaba en la clandestinidad hasta entonces, después de sus ataques al Tribunal Supremo de Justicia, realizados en junio último con granadas desde un helicóptero.
En el asalto del lunes fueron abatidos, junto al oficial de Policía insurrecto, otros seis agentes, en el barrio El Junquito, de la capital, Caracas.
La operación cobró dramatismo por cuanto, mediante redes sociales, Pérez lanzaba angustiosos llamados mientras mostraba su rostro ensangrentado, clamaba por un cese al fuego y ofrecía su rendición. Pero los ataques no cesaron y las fuerzas del orden finalmente lo acribillaron luego de cinco horas de acoso bajo fuego.
El Gobierno admitió la muerte de quien dijo era un criminal y terrorista. Este es el más reciente y quizá el más truculento acto, por el seguimiento que tuvo, cometido por un Gobierno que pasará a la historia por su represión contra los opositores, cientos de dirigentes encarcelados y personas muertas en las calles.
En esas condiciones, el Presidente, quien ha perdido legitimidad ante la faz del mundo civilizado, intenta marchar a unas elecciones donde la oposición no tiene garantías de respeto a su actividad proselitista, no expresa confianza en una campaña limpia y, lo que es peor, los disidentes temen por su vida. A las pruebas nos remitimos.