El mundo católico tiene su mirada puesta en Roma, en el Vaticano, más concretamente, donde este martes se reunirán los 115 cardenales habilitados para decidir el nombre de quien llevará el delicado encargo de conducir a la Iglesia Católica y ser además el Obispo de Roma.
Como no sucedía hace 600 años, la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado abrió interrogantes. Mientras el silencio y la oración acompañan al Papa emérito en la residencia de verano de Castel Gandolfo, en la Santa Sede, la Capilla Sixtina será el silente testigo de la secreta reunión. Los purpurados podrán ejercer dos votaciones diarias hasta acordar el nombre del cardenal que sucederá a Joseph Ratzinger como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Entonces, por la chimenea que se avista desde la Plaza de San Pedro saldrá el tradicional humo blanco que anuncia al nuevo Papa.
Y aunque los católicos más tradicionales se resientan, en este mundo de las autopistas de la información, los datos que refieren a los posibles aspirantes al trono de San Pedro son muy divulgados, señal -entre otras cosas- de la influencia y la importancia de una Iglesia con más de 1 200 millones de fieles. La elección del sucesor de Benedicto XVI supone retos inmensos ante aspectos financieros, éticos y morales que se debaten en la Iglesia en este tiempo. El nuevo Papa debe afrontarlos con valor fortaleza y claridad. El mundo católico reza para que así sea.