Un triunfo con un buen margen obtuvo Enrique Peña Nieto, militante del Partido de la Revolucionario Institucional (PRI) sobre Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
El PRI desplaza del poder al PAN, que gobernó los dos últimos períodos con los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón.
En esta ocasión, a diferencia de lo sucedido en la anterior elección presidencial, la distancia entre los dos primeros candidatos otorgó al ganador un margen considerable que le confiere un triunfo sin cuestionamientos, como ocurrió cuando entre Calderón y López Obrador hubo apenas unas décimas y volvió a sembrarse la sospecha del fraude.
Durante los largos años de monopolio político del PRI, siete décadas, el fraude anidó en los procesos electorales y la corrupción cobijó a una clase política que se levantó con el usufructo del poder sin dar respiro a una incipiente e impotente oposición.
El asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio (1995) , las denuncias que llegaron hasta los familiares de un presidente y el cada vez más creciente influjo de partidos como el PRD y el PAN terminaron desmontando la maquinaria electoral del PRI y entregando el poder a la derecha en dos períodos consecutivos.
El poder del PRI fue calificado por Mario Vargas Llosa como “la dictadura perfecta” (siempre ganaba un candidato distinto, pero siempre, del PRI). El retorno del PRI supone el desafío de no reproducir prácticas que se le endilgaron en el pasado. El presidente Peña Nieto tiene frente a él el inmenso reto de luchar contra una dura realidad que acosa y agobia a México: el crimen organizado y el narcotráfico que requieren de valor, vigor y clara inteligencia.