El Metro de Quito es, sin duda, una de las grandes obras de infraestructura de la capital ecuatoriana. Una obra monumental que tomó cuatro administraciones municipales para materializarse: desde Augusto Barrera, pasando por Mauricio Rodas, Jorge Yunda y Santiago Guarderas, y finalmente, bajo la gestión del actual alcalde, Pabel Muñoz, se puso en marcha.
Este sistema de transporte masivo, que ha generado admiración y orgullo entre los quiteños, marca un hito en el proceso de modernización de la ciudad, permitiendo que Quito se sume al selecto grupo de urbes con este tipo de infraestructura.
No obstante, esta obra magnífica también ha sido una camisa de fuerza para la capital. Desde que se concibió la idea, el Metro se posicionó como el eje central de la política municipal, relegando otras necesidades urgentes de la ciudad. Su ejecución absorbía toda la atención y recursos, configurándose como una prioridad hegemónica que dejó en segundo plano problemáticas como la inseguridad, la pobreza y la exclusión social.
Ahora, con el Metro en funcionamiento, la carga económica sigue pesando sobre el Municipio. A partir de 2025, Quito comenzará a pagar la deuda generada por esta obra. Además, el funcionamiento del sistema depende de un significativo subsidio: en 2025, el Municipio destinará más de USD 62 millones para garantizar su operación, incluyendo los costos de mantenimiento que no fueron considerados inicialmente.
El Metro, aunque vital y simbólico, no puede ni debe monopolizar el presupuesto municipal. Quito es una ciudad con profundas contradicciones y demandas urgentes. La falta de seguridad, el aumento de la pobreza y la desigualdad social exigen respuestas inmediatas que no pueden esperar. Sin embargo, el presupuesto está destinado, en gran parte, al Metro y al pago de salarios de los trabajadores municipales, dejando poco margen para atender otras prioridades.
El Metro, aunque vital y simbólico, no puede ni debe monopolizar el presupuesto municipal. Quito es una ciudad con profundas contradicciones y demandas urgentes.
Es innegable que el Metro representa una obra impresionante y necesaria, pero también es una responsabilidad que ha limitado las posibilidades de acción en otros frentes. Además, su éxito a largo plazo depende de que no se quede como una línea única. Para que se convierta en el paradigma de movilidad moderna que Quito necesita, el sistema debe expandirse, con ramificaciones que articulen mejor la ciudad y ofrezcan una alternativa real al caótico tránsito actual.
El reto para la administración municipal y para la ciudadanía es equilibrar la carga financiera y aprovechar plenamente esta infraestructura, sin descuidar los otros aspectos críticos que conforman el tejido urbano. Solo así, el Metro de Quito podrá consolidarse como un emblema de progreso y no como una carga que hipoteque el futuro de la capital.