Si un ámbito de la vida pública merece certezas y precisión es aquel relativo a la política exterior de un país.
A pocos días de asumir la Cartera de Estado, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Guillaume Long, ha dado mensajes que podrían enviar señales confusas a la comunidad internacional.
Primero fue el anuncio -parece que sin el cabildeo suficiente ni adecuado- de un encuentro de ministros del sector energético, cuya efectividad era dudosa y que al final sucumbió por las agendas apretadas de los convocados.
Luego, el fin de semana, vino la proclama antiimperialista y la solidaridad con el gobierno de Nicolás Maduro, ante la tesis del Ejecutivo estadounidense de considerar como una amenaza al Régimen del país sudamericano.
Ayer, en el saludo protocolario ante el Cuerpo Diplomático acreditado en el Ecuador, llegó un nuevo discurso del Canciller. Él planteó un reto: salir de la economía exportadora de materias primas. Esa realidad ha marcado nuestra vida republicana, no solo en épocas en las que el monocultivo primó y se sustituyó luego con el ingreso petrolero.
En este Gobierno, el cambio de matriz productiva ha sido relegado por las tensiones en el manejo de las relaciones internas y externas.
Hoy la búsqueda de nuevos mercados es la prioridad, y tan importante como enviar mensajes ante la comunidad internacional es hallar la coherencia interna para sustentarlos.