Bshar el Asad es el presidente y heredero del poder en un país con partido único, con una oposición acorralada o en el exilio. Un civil que basa su fuerza en el poder militar.
La Primavera Árabe, que despertó el año pasado, trajo cambios de gobierno tras duros enfrentamientos en países como Libia y Egipto. Sin embargo en Siria la dictadura resiste a sangre y fuego.
La matanza cobra miles de víctimas. Muchos son civiles inocentes como los que murieron esta semana en Treimse. El Régimen justificó el brutal asedio en la búsqueda de activistas de la oposición o desertores del ejército.
La comunidad universal reacciona con timidez frente al calibre del genocidio ya perpetrado y el que podría estar en curso. Hay pronunciamientos, pero los esfuerzos por detener la matanza se frustran. Chocan con la dura pared que el Consejo de Seguridad y el poder del veto de miembros permanentes como Rusia y China ejercen.
Las causas oscuras sustentadas en la geopolítica, muchas veces siniestra, o la venta de armamento de los viejos aliados en tiempos de la Guerra Fría explican la postura, pero no la justifican. Cuando la presión de Occidente crece en países vecinos de Oriente una intervención foránea siembra sospechas. El Ecuador pasó de la abstención en anteriores votaciones a una postura critica a la situación interna de ese país. Esa revisión fue saludable.
Ante la creciente presión internacional para buscar una salida al conflicto, el Presidente del Ecuador dijo: ‘No vamos a permitir una invasión externa a Siria por parte de países que no tienen calidad moral para hacerlo’.
Cabe preguntar: si los presuntos invasores fuesen países con calidad moral, ¿se justificaría la invasión? Y en última instancia, ¿es la soberanía más importante que la vida de la gente?