El lenguaje oficial que se proyecta desde la teoría de la confrontación y la descalificación a quien no piense del mismo modo del gobernante ha agotado al discurso presidencial. Cada sábado los insultos y diatribas, la descalificación y las mofas, la agresividad son muestra viva de una cara de intolerancia, desmesura y hasta irrespeto que no se corresponden con la alta magistratura que el Presidente ostenta.
Un mandatario elegido por la voluntad popular, qué duda cabe, representa a todos los ecuatorianos, aun a quienes con él discrepan y lo mejor que podemos pedir al Jefe de Estado es una actitud de respeto, pluralismo y tolerancia a los que no piensen como él.
Si para alcanzar una buena educación esperamos que el ejemplo de la familia y de los maestros en las aulas de clase permee a los niños y jóvenes, el discurso presidencial podría ser, en cada ocasión en que el Jefe de Estado se comunica con el pueblo, una magnífica lección de tolerancia, respeto y virtudes democráticas.
La última semana, al referirse en una entrevista a la Ley de Comunicación, Rafael Correa dijo que a algunos periodistas habría que ponerles bozal. Comparó una acción de ciertos colaboradores con una tortuga parapléjica y confrontó con distintos grupos sociales en diferentes poblaciones de la Sierra y el Litoral. Pero ya hay síntomas de descontento con el lenguaje oficial que ofende y agrede, como se constató en el estudio de la fundación Ethos y el más de un centenar de insultos proferidos en las cadenas sabatinas.
Ni los ecuatorianos requerimos bozal ni están bien las comparaciones con capacidades especiales cuando lo políticamente correcto dice otra cosa, ni cabe la propaganda agresiva e insultante.
No es nada personal.