Una ola de indignación ha vuelto a causar el presidente Donald Trump, esta vez por referirse en los peores términos a varios países cuya inmigración a EE.UU. considera indeseable. Ya se conoce cuál es su posición sobre el tema migratorio, pero de ahí a denigrar a los países africanos, a Haití y a El Salvador, a sus habitantes, hay una gran distancia.
Desde luego, el Presidente lo ha negado, aunque hay varios testimonios que confirman el hecho, innecesario, por lo demás. Construir un muro en la frontera con México, negar derechos a los hijos de migrantes nacidos en EE.UU., ya parecía suficiente. Pero todo indica que su posición sobre la inmigración rebasa los límites del supuesto interés público y entra en el terreno del discrimen.
En este, como en otros temas, Trump no distingue entre las políticas de Estado y sus convicciones personales. Esa es una de las características de los líderes populistas y autoritarios, y se confirma en el libro recientemente publicado en torno a la campaña y al primer año del republicano en la Casa Blanca.
La obra de Michael Wolff confirma que Trump es presa de la vanidad y la inseguridad, de sus caprichos y del machismo, de la ignorancia y del desprecio a quienes se han preparado y, cómo no, de la xenofobia.
El reciente exabrupto de Trump confirma que nada ha cambiado, que no está aprendiendo del poder en el que cumple un año este 20 de enero. Lo cual, más allá de la anécdota, sigue siendo una mala noticia para el mundo.