Las lecciones del sismo de Balao

La tranquilidad de un sábado al mediodía fue rota por un sismo con epicentro en Balao, al sur del país. Ecuador se paralizó con un fuerte sismo de 6,5 grados. Poco a poco fueron llegando las noticias de cómo este fenómeno natural se convertía en tragedia, sobre todo con la confirmación de que 13 personas habían fallecido.

El susto que pasaron los ecuatorianos se tradujo no solo en la cantidad de fallecidos. En total, 461 personas resultaron heridas. En ocho provincias hubo daños, desde casas colapsadas hasta carreteras inhabilitadas por derrumbes, producto del sismo.

Historias de dolor hicieron reflexionar a todo un país. Este medio de comunicación reportó cómo la catástrofe se había encaramado con la familia de un pescador, quien había salido a su faena diaria en el mar y al regresar encontró a toda su familia víctima de las paredes colapsadas de su vivienda. De la misma forma, un comerciante cuencano falleció cuando la facha de una casa se le vino encima, mientras conducía su vehículo, a solo tres cuadras de su destino final.

Los números muestran que la afectación es grave, sobre todo en el sur del país. Seis puentes se vinieron abajo. Un total de 89 casas se desplomaron, en su mayoría en El Oro, Guayas y Azuay. No solo eso: 81 escuelas tienen daños y 36 centros médicos estatales también quedaron con problemas. Inmediatamente, los servicios de socorro y las fuerzas del orden se pusieron al servicio de los damnificados.

Muchas de las afectaciones tienen que ver por la calidad de construcciones en las que se levantan los hogares de los ecuatorianos. Así que es hora de que tanto las autoridades locales como las nacionales enfrenten esta problemática con leyes y acciones efectivas para evitar que las viviendas, más que un lugar de descanso y confort para las personas, sean una especie de cajas lúgubres, trampas mortales.

Si esa es una lección coyuntural, la enseñanza continua que vive el país es ver la solidaridad con la que vecinos, amigos y familiares actúan en los momentos más tristes. Se vivió en Cuenca, cuando gente desconocida, unida por la adversidad, trató de ayudar a salvar a la esposa del comerciante que falleciera aplastado en su auto. O en los ritos exequiales para la familia del pescador que el barrio 4 de Abril, asentado en el estero Huaylac, en Puerto Bolívar, fueran financiados por los vecinos del lugar.

Está claro que la solidaridad es la disciplina que cultivan los ecuatorianos.

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