Cada invierno, Quito se ve azotada por lluvias intensas que provocan aluviones, deslaves y desbordamientos. Y cada año, autoridades y ciudadanía parecen actuar como si fuera la primera vez. El 2 de abril de 2024, un aluvión en La Gasca dejó muertos, heridos y daños materiales que aún resuenan en la memoria colectiva.
Entre el 1 de enero y el 7 de abril de 2025, el Centro de Operaciones de Emergencia Metropolitano registró 488 emergencias provocadas por lluvias. Tres deslaves ocurrieron en apenas tres días (del 6 al 8 de abril), afectando zonas como Guápulo, Conocoto y Turubamba Bajo.
Las quebradas se desbordaron, las casas se inundaron y más de 30 familias resultaron afectadas. Esto, en un contexto climático “inusual” que las autoridades reconocen: según el Inamhi, las lluvias entre enero y marzo de este año superaron en 117% el promedio histórico, rebasando incluso al 2017, el año más lluvioso en 25 años.
Entonces, si el cambio climático y sus efectos ya no son una posibilidad, sino una certeza, ¿por qué seguimos improvisando ante cada emergencia?
Sí, el Municipio ha declarado estados de emergencia y ha destinado recursos —como los 2,5 millones de dólares asignados este año al Plan de Efecto Climático— pero la respuesta institucional sigue siendo reactiva, dispersa y, en muchos casos, tardía.
La falta de mantenimiento adecuado de quebradas, las conexiones ilegales de aguas servidas y la urbanización desordenada en zonas de riesgo agravan un problema que se podría mitigar con planificación y prevención sostenidas.
Quito no puede seguir dependiendo únicamente de la capacidad de respuesta de sus bomberos o de la maquinaria de emergencia. Necesita una política integral de gestión de riesgos climáticos que priorice el trabajo preventivo en los barrios más vulnerables, un monitoreo permanente de las quebradas y un compromiso firme con la reubicación de quienes viven en zonas de alto riesgo.
Ser sorprendidos por la lluvia en abril no es mala suerte. Es una señal de que, como ciudad, todavía no entendemos que la emergencia no es el desastre: es la falta de preparación. Y eso, lamentablemente, ya nos ha costado vidas.