La tarjeta de crédito es un elemento fundamental de pago. Esta herramienta permite obtener un financiamiento inmediato para consumos programados, la facilidad de no transportar efectivo, la posibilidad de salir de apuros ante la falta de recursos y emergencia, entre otros.
De acuerdo con el reporte ABC de las Tarjetas de Crédito, los bancos privados de Ecuador entregaron USD 18 639 millones hasta el 2022 mediante las tarjetas de crédito. Esa cantidad representó un incremento anual del 25,1%. El promedio de cada consumo fue de USD 206.
Un total de 55 517 clientes accedió por primera vez al sistema formal a través de una tarjeta de crédito en 2022. Ellos realizaron 202 683 operaciones con sus plásticos por USD 47,5 millones. Sus consumos promedio fueron de USD 234.
El 51,5% de los nuevos clientes fue menor de 25 años y el 50,3% fue mujer.
Con este perfil de usuarios del reporte ABC se cuenta con información detallada para conocer la potencialidad de este tipo de medios de pago en una sociedad cada vez más digitalizada.
Sin embargo, todo tiene aspectos positivos y negativos dependiendo de la forma cómo se manejen las finanzas personales. Hay que estar conscientes de que se se trata de un préstamo que se debe pagar y no de una extensión de nuestros ingresos.
El uso metículoso, consciente y programado de una tarjeta permitirá importantes beneficios a los usuarios y acceder a bienes y servicios necesarios.
Por el otro lado está el consumismo y conformarse con el pago de los montos mínimos. Eso ocasionará un problema en las finanzas personas, que puede tornarse muy completo.
La responsabilidad en el uso es importante y es del usuario. Es vital estar capacitado para el correcto uso de una tarjeta.
Si estos elementos se cumplen no cabe duda que las tarjetas contribuyen a la dinamización de la economía. Por ello su crecimiento es global y relevante sobre todo luego de la pandemia, que provocó el aceleramiento del comercio electrónico y el mayor uso de las aplicaciones que requieren medios de pago.