En una democracia, tener una justicia independiente es vital. Para no caer en el caos institucional es necesario preservar una acción libre y limpia de los jueces. Los últimos episodios lastiman severamente la ya preocupante situación del sistema judicial.
La frase presidencial de meterle las manos a la justicia fue desafortunada. Las acciones que se han suscitado como consecuencia de ese pensamiento político son terribles y el futuro de una institución esencial en la vida nacional, impredecibles.
Fallos polémicos, presencia de ministros de Estado en juicios y visitas inconvenientes a los jueces y para colmo de males la presencia policial, ordenada por el Ministro del Interior –que antes lo fue nada menos que de Justicia– en las afueras del Consejo de la Judicatura para impedir el acceso a su presidente defenestrado por un juez. ¡Una vergüenza!
La acción recordó al país la imagen de las tanquetas rodeando la Corte Suprema de Justicia en 1984, para impedir que se posesionen los magistrados que eligió el Congreso. Ese es el peor mensaje a la sociedad y al mundo de la delicada situación que atraviesa el Ecuador. Manifestaciones de operadores políticos declarados partidarios del Gobierno y ese afán de imponer su voluntad por la presión y el tumulto son, también, inaceptables.
Hoy se proclaman los resultados de la consulta. Una conducción del proceso para el que se ofrecieron 18 meses, con una comisión vinculada y designada por el Ejecutivo, no parece la fórmula para garantizar ni la independencia ni la capacidad profesional indispensables.
El país se pregunta si hay un número suficiente de nuevos jueces y si tendrán la libertad y probidad que la hora demanda.