En el incomparable marco visual de la ciudad de Río de Janeiro, símbolo de fiesta y contrastes, empezarán las XXXI Olimpiadas desde el 5 hasta el 21 de agosto.
Son unas olimpiadas sui géneris, rodeadas de expectativas y debates. No podemos olvidar las lágrimas que derramó el presidente Lula da Silva cuando recibió la noticia de la nominación.
Agua ha corrido bajo el puente; el líder tiene juicios en su contra y su discípula Dilma Rousseff dejó el poder temporalmente hasta que se despejen severas denuncias de corrupción.
Incluso el actual presidente Temer tiene cuestionamientos. A la crisis política se suma una consistente crisis económica que vuelve al debate aquel contraste del despilfarro en escenarios deportivos que precedió al mundial de fútbol. La tensión social en un país de inequidad y problemas ha sido motivo de protestas. Brasil tiene el compromiso y la obligación de garantizar la seguridad de los miles de visitantes y de los deportistas de todo el mundo. El planeta vive la amenaza terrorista y en los últimos días se produjeron detenciones de sospechosos para evitar sorpresas.
La sombra del ‘doping’ que afectó a la delegación rusa enrarece el ambiente. Ecuador tiene demandas pendientes que podrían suponer la entrega de medallas que se presumen arrebatadas con trampa. Ojalá que para los 10 000 deportistas de 206 países todo sea una fiesta de competencia sana que supere los temores.
Ecuador va con 38 representantes. ¡Mucha suerte!