Irán, una potencia del Asia dominada por un estado teocrático, que no tiene libertad de expresión y enemigo declarado de Occidente, se ha empleado a fondo en apuntalar las relaciones con varios países de nuestro continente.
Brasil fue cabeza de playa. La orientación política de Venezuela y otros países de la Alba se presentaron propicias. Irán mueve USD 4 000 millones al año en América Latina.
En 2007 la presencia del Presidente Mahmud Ahmedineyad fue el principio de un sistemático intercambio de visitas a nivel de jefes deEstado y Gobierno y varios ministros.
Más allá de lo político están otros aspectos. Temas relativos a petróleo y comercio exterior parecen llaves de una penetración en América Latina para poner contrapesos a la notable influencia de EE.UU. en esta región.
Pero Irán está visto con lupa por la comunidad internacional. Muchas de sus empresas no pueden hacer negocios con países de Occidente.
El banco Pasagard entró en la lista negra de la Oficina de Control de Activos Internacionales por presuntos nexos con la circulación de dinero para el terrorismo. Esta semana se conoció que Pasargard quiere profundizar acuerdos con Cofiec, banco ecuatoriano manejado por el Estado desde la crisis bancaria. Sus autoridades negaron categóricamente esa opción. Irán necesita triangular dineros de negocios y un país dolarizado le serviría para conseguir la moneda estadounidense.
Esta semana se anunciaron fuertes repercusiones a un banco inglés en Nueva York por presuntos negocios con empresas iraníes. El Gobierno ecuatoriano es soberano, pero debe anteponer los intereses y su relación con los países de mayor complementaridad que podrían empañarse si se profundizan acuerdos con la nación persa.