LA INSEGURIDAD, MÁS VIVA QUE NUNCA
Tardó tiempo el alto Gobierno en caer en cuenta que la inseguridad pública, un drama para la mayoría de los ecuatorianos en los últimos años, no es cosa de percepción ni un invento de la prensa.
Ni los decretos ni las movilizaciones de uniformados pueden ocultar la cruda realidad que viven los ecuatorianos. El problema sigue latente.
Y los castigados no son solamente los “pelucones” de las clases pudientes a quienes tanto desprecia el Gobierno, sino los ecuatorianos pobres, los moradores de los barrios marginales donde con impunidad y a plena luz del día operan las bandas de hampones y asesinos.
Muchos de estos crímenes horrendos son cometidos por sicarios profesionales, los de carne y hueso, asesinos a sueldo que el Régimen minimiza al endilgar el grave adjetivo calificativo a otros destinatarios.
El asesinato del Vicealcalde de Mocache con cinco disparos, la huida del pistolero en una moto que le esperaba y la alusión a los enemigos personales de la víctima no hacen sino reproducir un episodio triste que se expande por calles y plazas con absoluta impunidad. El crimen organizado opera a sus anchas y el Estado, con todos los recursos en sus manos, es impotente para impedirlo.
Cuenca fue otro escenario ensangrentado y su población marchó indignada reclamando acciones. El silencio sigue siendo la respuesta oficial. Cabe aplaudir a los cuencanos por el valor de expresar su dolor, sumarse a la solidaridad y exigir respuestas serias.
Para completar el panorama reciente la Unase (unidad policial que ha mostrado efectividad) liberó a dos costarricenses secuestrados en el noroccidente de Pichincha. Los secuestros siguen siendo parte de la agenda del hampa.
El Ecuador civilizado sigue esperando respuestas.