Una caravana de 3 000 personas atravesó la frontera entre Guatemala y México. Su objetivo: Estados Unidos.
Salieron de San Pedro Sula. No importó la amenaza del presidente Donald Trump de sellar la frontera.
‘El sueño americano’ es más poderoso que el miedo. La falta de trabajo y oportunidades son motores muy potentes para poner a hombres, mujeres y niños a caminar con un rumbo que creen claro: El norte.
El reto de las autoridades está por ahora en manos de México. Un país gigante que enfrenta el desafío que la administración de su vecino del norte le quiere imponer a toda costa. Que frenen la ola migratoria antes de que los hondureños lleguen a la frontera entre México y Estados Unidos.
Una tarea poco edificante, pero además poco probable de cumplir si se lo propusiese el Gobierno mexicano, embebido en el traspaso del poder y sus propios problemas de violencia, muerte y mafias de la droga.
La historia de estos 3 000 hondureños no es desconocida. Para los ecuatorianos las imágenes vivas del flujo de venezolanos está fresca y su ingreso al país sigue, gota a gota, quizá con menor intensidad que hace un par de meses, pero sin detenerse, persistente, rítmico, como el agua que golpea y perfora la piedra.
Pero hay otras historias que son familiares. Los ecuatorianos en una larga trayectoria migratoria hasta Estados Unidos. Los ecuatorianos rumbo a España e italia, los colombianos que huyen de la violencia y refugiándose, mimetizándose aquí.
Y si miramos el mapa de Europa, sabemos que fue marcada, sigue marcada por corrientes inmensas, como las más recientes, que llegan desde Turquía con miles y miles de sirios huyendo de la guerra civil y el odio religioso. Miles de norafricanos huyendo en balsas hacia Francia, España o Italia.
Guerra y hambre han marcado el mapa de la humanidad. Las mareas humanas que Trump acaso no alcanza a comprender u olvida son la propia historia de su país, heredero de Europa, África y Asia. Podrá detener parcialmente a los hondureños, pero jamás parar el reloj de la historia.