La historia se repite. Una vez más las protestas masivas, los muertos en las calles y la insurrección civil movieron al poder militar a derrocar al presidente Mohammad Morsi, un académico elegido hace poco tiempo que fue impotente de manejar la crisis política de su país, aquejado de inestabilidad desde la Primavera Árabe del 2011. Entonces manifestaciones masivas y protestas convocadas por las redes sociales forzaron la caída del dictador Hosni Mubarak y pidieron elecciones, las primeras en ese país, que ganó el Presidente derrocado el miércoles.
La cultura democrática no fue la norma en Egipto, que pasó de regímenes monárquicos a gobiernos militares laicos represivos en el siglo XX. Los tres últimos presidentes antes de Morsi fueron militares nacionalistas. El general Gamel Nasser reprimió con dureza y asesinó a los dirigentes de los Hermanos Musulmanes, grupo político-religioso con el que Morsi se identificaba.
El ensayo de instaurar un Gobierno elegido en las urnas y las esperanzas de imitar una democracia a lo occidental se fueron al traste con el derrocamiento de Morsi a cargo de las Fuerzas Armadas, que colocaron en el solio presidencial al Presidente del Tribunal Constitucional como interino de facto soportado por la fuerza de las armas.
La nueva dictadura desconoció la Constitución y se comprometió a llamar a elecciones. El golpe de Estado en Egipto es otro factor de inestabilidad en la conflictiva región.