Al calor de las tensiones desatadas en los conteos de votos y de las disputas por el escrutinio, y más allá de los resultados que muestran un margen ajustado de apoyo a las tesis oficialistas pero nunca mayor a los votos que juntan el No, el blanco y el nulo, la gobernabilidad está en entredicho.
El fiasco de los resultados a boca de urna y las abismales diferencias con el conteo rápido del Consejo Nacional Electoral y los escrutinios posteriores aguaron la fiesta, congelaron la sonrisa y pasmaron el baile. Pero a esta hora no se discute el triunfo sino la falta de olfato político que llevó al Presidente a proclamar una goleada que empezó en 8 a 1 y podría terminar en 47-43.
Con ese resultado en la mano, el análisis debería ser generoso. Es cierto que quienes apoyaron las propuestas del Gobierno son más numerosos que aquellos ciudadanos que se negaron rotundamente, pero son menos que la suma de los votos negativos, los blancos y los nulos.
El amplio apoyo popular que había obtenido el Presidente en las elecciones y en los referendos nada tiene que ver con el resultado del sábado. El Gobierno debería evaluarlo.
Muchos le apoyaron, y allí se suman los que valoran su proyecto y los que entraron de la mano de la propaganda millonaria sin control de la autoridad electoral. Pero al frente están los que se oponen por distintas cuestiones, sea por fidelidad a la Constitución de 2008, por mayor radicalismo o por afinidad con las tesis contrapuestas.
Ahora se trata de construir un margen de maniobrabilidad política que permita legislar de acuerdo al nuevo momento. Lo que llaman gobernabilidad -que implica el diálogo y el respeto a las opiniones de los demás- es esencial y se proyecta como condición para vivir en democracia.