El petróleo, sus reservas y su comercialización suelen ser fuente permanente de conflicto. Esta vez es el telón de fondo de una crisis geopolítica de impredecible fin.
El incendio de dos buques cargados de petróleo de banderas japonesa y noruega, y el rescate de los 44 tripulantes por parte de Irán, hace volver los ojos a esa zona del planeta.
Cada día pasan por el Estrecho de Ormuz -que une a los golfos de Pérsico y de Omán- 20 millones de barriles de petróleo. Es la tercera parte de la producción mundial de crudo. Los barcos sortean amenazas y piratas.
Un destino clave para las potencias extractoras de crudo de Oriente Próximo son los países del Asia.
La situación del Golfo de Omán tiene también su ingrediente de política interna en Estados Unidos. Los halcones aconsejan elevar las lanzas a Donald Trump, quien correrá como candidato a la reelección en la campaña presidencial. Y ya se sabe que los tambores de guerra suelen ser alimento del fervor patrio en las campañas políticas. Es un elemento que puede exacerbar posiciones.
A la par, durante un buen tiempo, las conversaciones nucleares entre Estados Unidos e Irán iban por buen camino, pero ese panorama se complicó. El mundo persa, dominado por ayatolas y la fe religiosa islamista, vuelve a desconfiar de Occidente y su potencia. Pero el presidente Rohani se reúne con Putin, quien ha marcado su propia ruta entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
En otro escenario, no por lejano menos comprometido, está la China, principal destinatario del petróleo iraní. Una atmósfera llena de desconfianza se avizora a partir de los desacuerdos en materia comercial entre la gran potencia asiática y los Estados Unidos. Xi Jinping pide diálogo. Algo deseable pero poco probable con esas nubes cargadas.
Las aguas turbulentas de ambos golfos y el estratégico estrecho de Ormuz ponen en tensión a Estados Unidos y sus aliados por una parte, y a Irán y sus amigos y socios, por otra. Amenaza de tormenta donde se traza un complicado y a ratos indescifrable tablero de ajedrez.